Lee la historia
El sumo sacerdote, un hombre de cabellos blancos, larga barba también blanca y manos callosas, se dirigía hacia el templo, con una expresión solemne en el rostro. Vestía varias gruesas y costosas túnicas y un colorido efod, una especie de delantal que se sujetaba en los hombros y se ataba con un grueso cinto alrededor de su voluminosa cintura. De sus hombros colgaba una pechera cargada de piedras preciosas.
Con cada mano sujetaba dos patas de un novillo que cargaba en la espalda. A cada paso del sacerdote, el animal gemía roncamente, como una docena de bestias airadas. A medida que el hombre se aproximaba al templo con su ofrenda, el novillo olía la sangre y la carne de pasados sacrificios, y un bruto terror abría desmesuradamente sus ojos.
El sacerdote se lavó las manos en una enorme tina ubicada en el extremo sudeste del templo, mientras otros dos sacerdotes lavaban ceremonialmente al animal en una tina más pequeña, en el extremo opuesto a los escalones del templo.
Finalmente, luego de cortar el cuello del novillo y de rociar con su sangre las cuatro esquinas del altar de las ofrendas quemadas, el sacerdote subió los amplios escalones que lo llevaban a la parte superior del altar, donde ardía el fuego ceremonial, y con mucho cuidado, como si preparara una cena para una ocasión muy importante, colocó al animal sobre el altar, donde ardería durante todo el día y la noche siguientes.
Esa ofrenda quemada del sumo sacerdote, como todas las ofrendas ordenadas por Dios en el Antiguo Testamento, era considerada santa. Era sólo un animal, un animal rumiante y maloliente, ¡nada menos! Pero Dios dijo que de esos animales, “todo lo que de los tales se diere a Jehová será santo” (Levítico 27:9).
¿Acaso eso significaba que un animal puede llegar a ser moralmente superior a ti y a mí? ¿Significaba que la criatura que sería sacrificada tenía alguna cualidad espiritual que la hacía santa? ¿Significaba que la bestia iría al cielo luego de morir? No.
¿No? Entonces, ¿cómo podía convertirse en santa una bestia que sólo rumiaba pasto, que olía mal y atraía a las moscas? Porque le pertenecía solamente –y totalmente– a Dios.
Dios declaró que cualquier cosa o cualquier persona que fuera apartada completamente para él, que nunca más fuera utilizada para ningún otro propósito que para uso suyo, era “santa”. Se decía que era “santificada”, apartada para los propósitos de Dios. De esta forma, el templo era santo. El altar era santo. Los muebles del templo eran santos. Las ofrendas, ya fueran animales, granos o líquidos, eran santas.
Sólo aquello que le pertenece completamente (y exclusivamente) a Dios, puede ser santo. O, para decirlo en otras palabras, sólo lo que es consagrado puede ser santificado. O, para decirlo en el lenguaje que hemos estado usando en este libro, un paso importante para la vida vertical es la rendición incondicional.
En la jerga militar, una rendición incondicional es darse por vencido en una batalla o una guerra y entregarse al enemigo sin ninguna condición ni exigencia. En términos espirituales, la rendición incondicional es entregar tu vida, tu “yo”, tu tiempo, tus talentos, tus posesiones, tus ambiciones (aun tus pecados favoritos) y rendirte a la amorosa autoridad de Dios sobre tu vida. No es darte por vencido en cuanto a ti mismo, sino darte por entero a Dios. No es darte por vencido en relación con la vida, sino darle tu vida a Dios. No es dar por descartado el éxito, sino darle tu deseo de éxito a Dios. No es dar por perdido el placer, sino darle todos tus placeres a Dios.
El joven o la jovencita que se entrega a Dios, que se da por completo a él, sin preguntas, sin nada que ocultar, sin condiciones, sin demandas, sin “cláusula de escape”, descubrirá en forma tan repentina como segura, una nueva utilidad y efectividad, una nueva vibración y vitalidad en su vida.
Así como el caballo sólo comienza a ganar carreras cuando se rinde a su dueño; así como un montón de arcilla sólo se convierte en un tesoro después de rendirse al alfarero; así como un violín sólo produce música después de rendirse al toque del maestro; de esa misma manera, tú sólo comenzarás a experimentar gozo, paz, victoria y plenitud después de rendirte, completa e incondicionalmente, a Dios.
Entonces comenzarás a comprender lo que es vivir en sentido vertical, porque “todo lo consagrado será cosa santísima para Jehová” (Levítico 27:28).
En tus propias palabras
Descubre más acerca de la santidad que Dios otorga a las cosas o personas que sólo le pertenecen a él, completando lo siguiente:
• Lee los versículos que indicamos a continuación y, en el espacio adjunto, escribe en cada caso qué fue lo que Dios llamó santo:
Salmo 20:6
Levítico 27:14, 16
Éxodo 29:42, 43
Salmo 2:6
Éxodo 29:36, 37
• ¿Por qué Dios llamó santas a estas cosas?
• ¿Te has rendido incondicionalmente a Dios? ¿Has entregado tu vida, tu “yo”, tu tiempo, talentos, posesiones, ambiciones (aun tus pecados favoritos), y te has rendido por completo a Dios y a su amorosa autoridad sobre tu vida? Si no lo has hecho, considera la idea de ofrecerle una oración similar a ésta:
Padre, quiero conocerte en tu plenitud; quiero estar totalmente consagrado a ti. Ahora mismo, con todo mi corazón, me rindo por completo a ti, sin preguntas, sin condiciones, sin ocultar nada, sin demandas, sin “cláusula de escape”. Te entrego todo: mi vida, mi “yo”, mi tiempo, talentos, posesiones, ambiciones. Te doy todo lo que soy, todo lo que tengo, todo lo que valoro, todo lo que espero, a ti. Por favor, acepta mi ofrenda y haz lo que tú quieras con ella. Te confío todo. En el nombre de Jesús, amén.
deben de especificar más los temas
con clases coloridas, actividades mas reales
gracias
Gracias por el consejo :)